jueves, 18 de noviembre de 2010

Mi gran Torpeza

Mientras preparaba la cena, decidí terminar la botella de vino rosado que había quedado de nuestra última cena. La cocina estaba hecha un asco. Hacía días que no fregaba, así que estaba todo por el medio. Parecía la cocina de la Cenicienta. En un pequeño descuido la copa de vino se fue al carallo y mi camiseta pasó de ser amarillo lima, a rosa bergamota. Al principio me sentí como la actriz de una de esas películas de Hollywood. Una de esas en las que la mujer elegantemente vestida, derrama el vino de 500 $ la botella y baja a la bodega de su mansión de 3 plantas a por otra botella como si nada. Una vez de vuelta a la realidad, me sentí como una gilipollas en mi mansión de 1 planta y de 50 metros cuadrados. Podía haber llevado una blusa color crema tostada con botones de brillantes de Swarovski y encajes Valenciennes. Pero gracias a Dios llevaba una camiseta de esas que por 4 euros te llevas 5. La utilizo para trabajar, así que ya se podía manchar con jalea de moras hecha por las monjitas benedictinas del Perú, que me iba a importar 3 cojones de lémur.
Cocina recogida, cazuelas brillantes y camiseta en lavadora me dispongo a trabajar con mi ordenador. A falta de vino, bueno es el gazpacho. Pues ni vino ni gazpacho. Ahí va el vaso a tomar por culo. Ya era la 2ª vez en media hora que me cagaba en San Afgano de Blascomuño. Había zumito rojo por todos lados. Yo, que soy una histérica de los olores y siempre intento tener un ambientador para que huela bien el salón… para que ahora apeste todo a gazpacho barato del Lidel.

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