viernes, 23 de octubre de 2009

The Candy Store

Hoy he estado en una tienda, yo diría más bien “museo”, de caramelos. Una tienda llena de detalles que si no la ves con tus propios ojos no te la imaginas. Si yo, con mis 36 fabulosos años me volvía loca con cada cosa que veía, no quiero ni imaginar los ojos de un niño al entrar allí. Posters gigantescos de niñas comiendo piruletas, cajas de todos los colores, un castillo de unos 2 metros de altura hecho a base de gominolas de distintos sabores, la típica máquina de bolas de chicles pero en tamaño gigantesco y máquinas expendedoras de M&M´s de casi 2 metros de altura, de un grosor bastante considerable. Había unas 15; una con M&M´s rojos, otra con verdes… y así hasta completar todos los colores que os imagináis, y los que no. También había pértigas de metro y medio rellenas de nubes de caramelo. Máquinas de helado donde pones un vasito y en vez de caer helado, cae chicle como si fuera nata montada. Bolas de caramelo del tamaño de una pelota de tenis que pesaban lo menos 1 kilo cada una. Chocolatinas de todo tipo; incluso tú mismo podías fabricar una con los ingredientes que escogieses. Una máquina gigantesca de algodón de azúcar. Bomboneras de mini-caramelos masticables de originales sabores: sabor Daiquiri de fresa, sabor Margarita, tarta de queso, piña colada… Evidentemente hice un poupurrí y me llevé unos cuantos conmigo. También podías encontrar grandes cajas transparentes de regalices de todos los colores y sabores.
Había un apartado de caramelos para ocasiones especiales: para el día de los inocentes, caramelos que al derretirse en tu boca se convertían en sangre ficticia. Para Halloween, caramelos en forma de calabaza, brujas y fantasmas. Para una cita especial, caramelos con forma de… estos no los voy a describir.
Había otro apartado con cajitas antiguas de colección llenas de minúsculos caramelos.
Me sentía como uno de los niños de la película “Charlie y la fábrica de chocolate”, mis ojos centelleaban como los de un niño perdido en una isla de caramelo. Por cierto, entre los 20 tipos diferentes de chocolatinas que había, estaban las de “Wonka”, ¿quién me iba a decir a mi que la chocolatina de la película existía de verdad?
Iba de un lado a otro de la tienda intentando retener todo en mi memoria, como si de repente fuese a desaparecer delante de mis narices.

Todo el mundo tiene su pequeño paraíso imaginario. ¡¡El mío es de caramelo y existe!!

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