sábado, 25 de octubre de 2008

Visita a la carnicería


En el portal que hay al lado de mi casa hay una carnicería. Siempre compro allí todo lo que tiene que ver con embutidos y productos cárnicos. Además, me gusta que me conozcan porque así te da la impresión de que no te van a vender el cochinillo que lleva allí 2 años, 3 meses, 5 días y 12 horas; que luego te lo venderán igual, pero ¿a que si te dicen que es “del día” te lo crees?, a menos que seas una requete-experta en productos cochiniles; y la verdad, las mujeres de “cerdos” sabemos mucho pero a veces bajamos la guardia y nos meten “cerdo pasao”. El caso es que tenía antojo de cenar un chorizo con patatas, como un cocido pero a lo súper súper pobre.
Joderrrrr y cómo estaba la carnicería!, ¿es que TODO el mundo quería chorizo. Mi chorizo? Estaba dispuesta a pegar a la maruja de turno para no quedarme sin mi cena, eso sí, simulando ser la vecina perfecta que siempre te cede el turno (¡y una mierrrrda pa ti!). Pues ¿no se me quiso colar la típica ancianita vestida de “monjita calasancia”? y encima no dejaba que Miguel, el carnicero, me pusiese más cosas, y es que una va a por un chorizo y se le antojan también unas mollejas, ¡qué coño!. Qué bien me vinieron la clases de teatro!!!, lo bien que se me da sonreir angelicalmente mientras por dentro pienso: - no me toques las mollejas que te mato - .
Pero no acaba ahí la cosa. Luego tocó el embutido. También tenía antojo de queso, y es que soy muy ratón, que no rata. Una señora bien hermosa de talla, pero bien bien bien, estaba sentada en un gran arcón donde suelen colocar magdalenas y demás bollería rica pero poco recomendable para mantener la silueta. Se levantó para que le atendieran y claro, una, que lleva una vida estresadísima y agotadora entre sus clases de Pilates y sus series de televisión que parecen poco didácticas pero que requieren gran concentración para recordar quién se acostó con el que ahora se acuesta con la que se acostaba con el primo de su marido, necesita también sentarse de vez en cuando. Así que ni corta ni perezosa le robé el sitio como si del juego de las sillas se tratara. Joderrr la tía petarda que no tardó ni un minuto en acercarse, mirarme y poner cara de pobremujercansadaquesoy. Yo con la casi más grande de mis sonrisas (porque la más grande la guardo para el guapetón del taller) le cedo el sitio insistiendo que me senté por aburrimiento (y una leche!! Aburrida tendría que estar ella de tanto tricotar delantelaradio!!). Ella muy sonriente me dice: - Ay neniña!, es que yo siempre estoy sentada porque estoy muy cansada. Siempre estoy sentada, siempre estoy sentada, jaja - . Creí que le había sentado mal el “Eco” con leche del desayuno y que se le habían rallado las neuronas porque con que lo dijese una vez llegaba. Yo sin dejar que la casi más grande de mis sonrisas abandonase mi boca, pensé: - así estás de gorda ¡Tía Foca! – claro que lo que la señora interpretó con mi dulce sonrisa, fue: - encantadora señora siéntese y repose -.

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